¿Qué celebramos el día de las madres? Sobre emancipación y roles

El Día de las Madres antes que inspirarnos para comprar lavadoras, licuadoras o chancletas cómodas para nuestras mamás, debería movernos a reflexionar sobre los roles y estereotipos de la mujer y la maternidad que giran en torno a las mujeres, todas.

¿Quién no ha oído, leído –o peor, dicho- que las mujeres somos especiales por el hecho de que “podemos dar vida”? El Día de las Madres al final del día se convierte en un día que celebra el “misterio de la maternidad” lo que ubica, de nuevo, a las mujeres como hornos para bollos, es decir, seres destinados a ser madres ya que poseemos un instinto que tarde o temprano nos despertará.

El hecho de que nuestro cuerpo lleve irremediablemente a la maternidad, encasilla a la mujer en un rol que no necesariamente todas queremos –o podemos- cumplir. Atrapadas entre estos roles y estereotipos, muchas mujeres se ven obligadas a “asumir su destino” relegando sus anhelos personales a un segundo plano o inclusive, desterrándolos del todo de su vida. Para muchas la vida de las mujeres gira alrededor de estas preguntas:

¿Ya tienes novio? ¿Cuándo se casan? ¿Para cuándo los niños? ¿No le vas a dar un hermanito?

Roles con la pareja y dentro de la familia (heteronormativismo y patriarcado) y roles con respecto a la maternidad, la inexorable necesidad –y posibilidad- de ser madre  (Repronormatividad) son los grilletes de terciopelo con que conservadoras estructurales y feministas ideológicas encierran a las mujeres. ¿Qué es lo correcto? ¿Cómo debe una mujer llevar su vida? ¿Por qué una mujer no debería ser ama de casa y depender de su marido? O ¿Por qué sí?

Este es el tema de un libro que acabo de leer y sobre el que aquí quiero hablar: “Gracias, nosotras nos emancipamos solas” dela Ministrade Familia de Alemania, Kristina Schröder. En su libro,la Ministrade 32 años sentencia “las feministas nos han defraudado” para enseguida aclarar que “al igual que los conservadores estructurales, las feministas identifican ciertos roles -que ellas mismas han reconocido- como dignos de respeto y los convierten en modelos ideales que deben ser válidos para todos y en la lucha cultural, lo reasientan como la vida correcta que debe llevar una mujer.” Así, según Schröder, las feministas también encajonan a las mujeres en roles de acuerdo con lo que ellas consideran debe ser la vida de una mujer emancipada y no están muy lejos de imponer estilos de vida de la misma forma en que las conservadoras lo hacen.

La ministra que acaba de tener una hija, critica la imposición de modelos de pareja, de familia, de parentalidad y de vida laboral, y rescata el individualismo y la libertad de elegir. Evidentemente, la elección implica que existan opciones, y por ello propone revisar, desde el Estado, los modelos laborales; desde la sociedad, los modelos de familia; y desde la intimidad, el modelo de pareja.

Recuerda cómo por un lado, las mujeres que son madres, se ven enfrentadas ya sea a las feministas que las juzgan por quedarse en casa a cuidar a su familia o a las conservadoras, que las ven como “madres cuervo”, que no deberían haber tenido hijos. Todo es un juego de conciencia. Las conservadoras juzgan a las madres que no cosen los disfraces, repasan tareas y  hornean pasteles porque llegan demasiado cansadas del trabajo; mientras que las feministas ven como una desgracia para la liberación de la mujer a aquéllas que prefieren renunciar a una carrera y se dedican a sus hijos y al hogar. Schröder defiende ambos modelos, explica que el objetivo del feminismo era precisamente liberar a la mujer de roles impuestos, de destinos irremediables y de la llamada esencia de mujer; sin embargo, se lamenta, el feminismo ha adoptado la misma táctica y busca imponer a la mujer los roles adecuados para lograr la ansiada igualdad de género. “La igualdad de género y la emancipación, ideales del movimiento feminista, han traicionado a la mujer, en el debate sobre los roles de género y los modelos de familia, se ha convertido más en un freno que en un acelerador.” La autora critica que el feminismo de la segunda ola no da lugar a la felicidad y seguridad dentro de una familia y que en cambio maneja una imagen de familia y pareja (entre hombre y mujer) como los enemigos naturales de la realización personal de la mujer.

En varios pasajes, Kristina Schröder reconoce –como debe ser- la lucha de las feministas para lograr la liberación de la mujer y la igualdad de género, se refiere en varios pasajes a triunfos del feminismo que hoy disfrutamos muchas mujeres. Sin embargo, ataca directamente a Alice Schwarzer, destacada feminista alemana.

Repasa asimismo, varias batallas ganadas en la historia de ese país: la derogación de la norma que subordinaba a las esposas a los maridos (1976) o el derecho al voto (1918). “Las feministas se encargaron de que las mujeres escribiéramos nuestras propias biografías, pero ahora deben dejarnos escribirlas solas…Pues hoy predican la emancipación pero ejercitan la patria potestad.”

La autora describe a las feministas como “helicópteros” que sobrevuelan a las mujeres, vigilando que sus protegidas tomen las decisiones correctas. Toma la idea de las “madres helicóptero”, quienes se dedican a sobrevolar a sus hijos para protegerlos. Schröder critica las premisas feministas que colocan a la mujer, sea cual sea su relación de pareja, como subordinada “él conquista, ella se deja conquistar; él la penetra, ella se entrega; él está arriba, ella abajo. En la sexualidad la jerarquía está siempre renovándose.” Evidentemente existen víctimas de violencia sexual y critica que hasta 1992 en Alemania la violación en el matrimonio era un derecho del marido. Pero la autora se refiere más bien a la libertad sexual, y a la imposición de un modelo de relación en el que necesariamente “una no se da cuenta de que está siendo subordinada” y se nos dice que la sexualidad masculina es una amenaza y que sus víctimas, la mayoría de las veces, sufren del síndrome de Estocolmo. Una sexualidad femenina que desea este tipo de sexualidad masculina, no es compatible con el feminismo ideológico, pues necesariamente la mujer es una víctima. Por ello, afirma que “entender a las mujeres como capaces, implica permitir diferentes experiencias y sus interpretaciones subjetivas, tener diversas vivencias con la posibilidad de sacar diversas conclusiones de ellas.”

La autora afirma lacónica: “El feminismo se ha convertido en un paternalismo y no ha seguido el paso de la emancipación…Que no se malinterprete: decir que el feminismo ha sobrepasado su cenit, no implica estar de acuerdo con el status quo ni una capitulación en la lucha por la equidad de género, mucho menos un llamado a regresar a introducirnos en los roles tradicionales.”

Según la ministra, hoy en día el rol de la mujer se debate en la tensión que hay entre la fertilidad, el feminismo y la familia. Las tres F se enfrentan entre sí. En su definición entran las imposiciones éticas, qué es lo bueno. Cómo debe ser una madre, cómo debe ser una mujer. Para unas, la mujer debe elegir una carrera, la realización personal (individual) debe ser prioritaria, en cambio para otras, la mujer debe ser madre, naturalmente estamos diseñadas para ello. Schröder se pregunta, ¿por qué algunas feministas consideran que la felicidad de una madre se traduce en el renacimiento del patriarcado? ¿Por qué para otras regresar a trabajar al mes del parto es un sacrilegio imperdonable?

“Con el primer hijo, la mujer se convierte en cuestión pública, en una persona cuya vida privada puede ser juzgada sin control por cualquier extraño” las feministas y las conservadoras caen en el mismo juego “las mujeres no quieren lo que deben, y se enojan porque no deben –querer- lo que quieren…y las decisiones que se refieren a la familia, no se aceptan como cuestiones privadas.” Schröder no es ajena al lema feminista de que “lo privado es público” para lograr desterrar las normas del patriarcado desmedido que negaban titularidad de derechos, dignidad, autonomía a las mujeres (y a los niños), sin embargo, reclama que “la lucha por la igualdad de género se ha convertido en una competencia de modelos de vida y una batalla por el liderazgo de opinión sobre lo que las mujeres deben hacer con sus derechos y libertades.”

Con su forma de ver el mundo, las feministas no ayudan al progreso de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, pues consideran que los hombres son los enemigos, y este comportamiento á la amazona perpetua el pleito “ven al hombre solamente como el usuario de la discriminación a la mujer y con ello como el enemigo de la igualdad de oportunidades y derechos.” Y por ello concluye que “Cuando las mujeres de mi generación [nacidas en los 70-80s] se distancian del feminismo, no quiere decir que estén de acuerdo con la desigualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. No, se distancian del feminismo ideológico fanático en su médula…Este feminismo ideológico considera que los intereses de las mujeres se contraponen a los de los hombres y como resultado pretende que las mujeres solamente pueden defenderlos en contra de los hombres.”

A esta afirmación se sigue la crítica de otro lema feminista “¿Por qué los privilegiados habrían de ceder sus privilegios?” La ministra responde, porque el feminismo ha cambiado el rol de la mujer, pero no el de los hombres. Las mujeres ahora debemos ser todólogas, tener una carrera, un trabajo satisfactorio –o exitoso- pareja, familia, hogar. Los hombres continúan siendo los proveedores y nada más. Los roles de género han evolucionado en distintas carreteras y por ello, la mujer de hoy debe enfrentarse o a la elección entre la familia o la carrera o a convertirse en una “power Frau” (Super mujer) ála HeidiKlumo Angelina Jolie. Para lograr un compromiso dentro de la familia y en especial con la pareja, las mujeres no deben cambiar, deben cambiar los hombres, pero sobre todo la cultura laboral de la permanente disponibilidad. De manera que, para la autora, la equidad de género no se trata de vencer al enemigo, sino de que en conjunto se dé respuesta a la cuestión de cómo quieren hombres y mujeres vivir juntos.

El fanatismo –de ambos lados- no solamente lastima el pragmatismo, sino que ahoga las discusiones necesarias: ¿qué hace falta a las familias (papás y mamás) para que puedan elegir los roles y modelos que a cada pareja y familia mejor acomoden? Hace falta pues alejarse de los modelos y acercarse a las necesidades.

¿Qué hacer?

Renunciar al mito de la madre abnegada, que gracias a la emancipación hoy se ha convertido en la super madre abnegada. Aquélla que no solamente debe encargarse del hogar y de los hijos sino que además debe ser exitosa, mientras el marido, continúa desempeñando el rol de Don Draper. Antes que nada, la familia tradicional no tiene muchas décadas, gracias a la industrialización que organizó el trabajo como lo conocemos hoy en día, la familia se acomodó y surgió la pequeña familia burguesa. Menos hijos, el hombre salía a trabajar y la mujer se dedicaba al hogar, al marido y a los hijos. La moderna psicología y medicina destinó a la mujer como la única que podría dar a sus hijos la seguridad y cariño que requieren durante los primeros años. Así surgió lo que Elisabeth Badinter llama “la madre pelícano”, en alusión al ave que alimenta a sus hijos con su propia sangre. La madre pelícano es un ser humano excepcional: altruista, cariñosa, desinteresada hasta el sacrificio. Con ello se relaciona una alta expectativa: una madre debe estar en cualquier situación preparada para la renuncia pues sus objetivos y necesidades son moralmente menos valiosos (ver el caso de Karen Atala).

Así, la muestra argumentativa de las fanáticas de los roles acaban en lo mismo: las feministas imponen la realización personal y las tradicionalistas el cuidado materno. Mientras que las conservadoras esculpen a la madre como un mejor ser humano, las feministas lo degradan, pero ambos llegan al mismo resultado: la maternidad no permite a las mujeres integrar su propio plan de vida, sino que la maternidad compite con él.

Y gracias a este modelito, la mujer emancipada después del primer hijo se encuentra atrapada en una red de contradicciones: entre sus propios deseos y las expectativas sociales del cumplimiento de roles.

“Ser madre se vuelve un hito en dos sentidos: como coronación del plan de vida femenino y al mismo tiempo, como una enorme amenaza al plan de vida individual.”

Y es por ello que la autora, evalúa también la masculinidad, ¿Cuándo es hombre un hombre? Gracias a la industrialización el estatus del hombre y su valor en la familia se miden de acuerdo con su desempeño en la competencia dentro el ámbito económico y laboral. Cuando los hombres se convierten en padres, entran en conflicto los roles de hombre y de padre, pues la masculinidad está intrínsecamente unida con el compromiso profesional y la concentración en el trabajo remunerado.

La autora explica que apenas comienzan los hombres a redefinir su papel en la familia y en el trabajo más allá de los roles tradicionales. En Alemania, al menos, el 80% de los hombres considera que las tareas del hogar deben ser realizadas por ambos, más del 70% considera que el movimiento feminista es bueno e importante y el 70%  piensa que es bueno que ambos tengan un empleo. Sin embargo, un tercio mostraron estar dispuestos a quedarse en casa después del nacimiento de su hijo. “Las feministas han logrado cambiar la forma de pensar de los hombres, pero no han logrado remover los grilletes de los roles tradicionales masculinos…Para las mujeres, el feminismo diseñó la visión de una nueva vida en libertad y desarrollo individual. Para los hombres, en cambio, solamente se les dijo debes cambiar y se les transmitió el sentimiento de que no hay nada que ganar, sino algo que perder.”

El problema, según Kristina Schröder es que los hombres, como padres, quieren y deben estar más para su familia, pero deben al mismo tiempo continuar siendo los principales asalariados. Los hombres viven todavía atados al rol del “proveedor” y los empleadores no favorecen a los padres de familia pues consideran que no son competitivos ni responsables.

Y aquí es donde entra el punto novedoso de este texto, la autora plantea que la discriminación en el trabajo hacia las mujeres no es como se percibe, pues en realidad, los empleadores no discriminan a la mujer, discriminan al empleado que prefiere a su familia sobre su empleo, discriminan a quien no está disponible para reuniones después de las 5pm, quien no está disponible los fines de semana, quien no puede atender un “bomberazo” o quien no puede irse de viaje de negocios sin previo aviso. “Las personas que en nuestra sociedad se toman tiempo para las responsabilidades de la familia, tienen menos oportunidades de ascenso en el trabajo y sus perspectivas de ingreso de vuelven malas.” Y ello tiene que ver con los roles tradicionales que se siguen imponiendo a las mujeres y a los hombres. De las mujeres se espera que en algún momento podrían pedir los días de maternidad (en Alemania tienen hasta dos años después del parto para volver a su puesto con un porcentaje de su sueldo), o que trabajen medio tiempo, que dejen la oficina temprano y que sobrepongan su familia al trabajo. De los hombres no. Un hombre que “actúa como mujer” es un mal empleado.

La ministra de familia de Alemania, plantea que para que los roles dentro de las familias cambien, necesariamente debe haber un cambio social y un cambio en la cultura y la legislación laboral. Evidentemente, antes de ello, debe existir disposición en la pareja para compartir las oportunidades y las obligaciones, pues “si el marido no está dispuesto a ayudar con el hogar y los hijos, no habrá ley que lo haga cambiar de forma de pensar”.

Para acabar con los “proveedores de la familia” y las “madres pelicano” es indispensable que ambos quieran hacerlo, evidentemente, dice la autora, cualquier modelo es bueno, siempre y cuando sea elegido por la pareja. El problema, explica, “es que para las feministas, las desigualdades no son nunca el resultado de decisiones y preferencias individuales, que deben ser respetadas, sino hijas de la represión social, que deben ser eliminadas.”

Sin embargo, llama la atención, sobre lo fácil que es caer en la comodidad del rol, ya que salirse de él, especialmente en el ámbito laboral, implica riesgos. La emancipación cuesta trabajo, dice la autora, pues los roles ofrecen confort, control y seguridad. Así, tanto hombres como mujeres deben despojarse de éstos y delegar. “Las feministas olvidan que muchos hombres también encuentran los roles tradicionales masculinos como limitantes y desventajosos.” “Las mujeres deben despedirse de la idea de que todo lo que tiene que ver con los hijos es su especialidad.” Por eso, explica, lo más difícil es despedirse del rol que una misma se ha impuesto.

Según Schröder, “la familia como comunidad de responsabilidades en nuestra sociedad tendrá futuro, sólo en la medida en que hombres y mujeres se den el mismo tiempo para las responsabilidades y que por ser madres y padres no deban tener desventajas.”  Aquí yo agrego que este concepto aplica de igual forma a las familias homoparentales, pues la discriminación hacia empleados o empleadas con responsabilidades familiares es la misma independientemente de su orientación sexual (la autora se refiere una sola vez a una pareja homosexual, en este mismo sentido). Y por ello apela por un mercado laboral no sólo flexible, sino que respete las vidas privadas de las personas, pues el modelo laboral actual continúa basado en el “proveedor” que tiene una esposa que le libera de otras responsabilidades y que, gracias a la liberación femenina, integró a la mujer pero sin modificar el rol del hombre (sigo pensando en Mad Men).

Para la autora la libertad de decidir es muy relevante cuando se trata de relaciones de pareja y responsabilidades de familia, pues a su modo de ver, cualquier medida que dicte roles, es una medida que limita la libertad individual. De esta forma, propone que el Estado ponga las condiciones para que las personas puedan decidir cómo llevar su vida familiar, sin que existan imposiciones desde el Estado o desde la sociedad sobre qué es ser mujer, madre, hombre o padre.

Argumenta que en la mayoría de los casos, a pesar de que existen igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, las motivaciones de las mujeres varían, y esto puede deberse a preferencias o a roles preestablecidos, sin embargo, ¿de qué manera es posible saber las razones por las que una mujer decide quedarse en casa y renunciar a su carrera? De acuerdo con ciertos estudios, muchas mujeres dan a la vida privada un valor mayor que los hombres, quienes valoran más su vida profesional. La pregunta que aquí haría una feminista sería ¿y por qué deciden eso? La respuesta: heteronormativismo, patriarcado, repronormatividad. Sí, es verdad. Pero también temo, junto con Kristina Schröder, que al pensar que unas mujeres feministas “sabemos mejor” lo que a otras les conviene, estamos imponiendo un modelo y no somos muy diferentes de las conservadoras estructurales. (Cabe la misma discusión que con la prohibición del burka)

Entonces, para la ministra la equidad de género no quiere decir ni igualdad, ni igualdad de resultados, sino igualdad de oportunidades en una sociedad. Para lograr esto se requiere un cambio cultural que no vea como exitoso solamente a aquél que no tiene responsabilidades familiares. Una sociedad que no vea las responsabilidades y tareas familiares como de menor valor. Que el modelo laboral que permite el compromiso entre el trabajo y la familia no sea exclusivo de la mujer, para con ello, involucrar al hombre también en las responsabilidades del hogar y de la familia.

En suma: lo que Kristina Schröder demanda es la libertad de cada persona para decidir cómo llevar su vida en pareja y su vida en familia, sin que existan imposiciones desde ningún ala, y que el Estado facilite estas decisiones por medio de normas laborales, guarderías, facilidades fiscales, en fin, para que las parejas y sus familias puedan optar por lo que mejor les parezca.

Suena muy fácil, el texto ha recibido duras críticas, sobre todo de las feministas que son mencionadas directamente en él. Hay inclusive una carta circulando, pidiendo la destitución de la ministra pues “no representa a las mujeres”. La carta ha sido firmada por varios diputados del Partido Verde. En la carta se reclama a la ministra que el problema de las mujeres no son los roles dictados por las feministas, sino los bajos salarios, los techos de cristal, la falta de plazas en guarderías, entre otros. Creo que la ministra explica que para poder solucionar estos problemas, la política (la cultura laboral y la sociedad) debe alejarse de los roles.  Precisamente ahora en Alemania se discute el dinero para cuidado de los hijos, de un lado se habla de entregar dinero en efectivo a las madre (o padres, que son los menos, precisamente por lo que ya se dijo) por otro, de mejor ofrecer plazas en guarderías para que las mujeres salgan a trabajar. La cuestión se ha ido a los extremos: unos dicen “son premios por quedarse en la cocina (Herdpremien)” y otros dicen “están imponiendo roles”. ¿Cómo definir la política de familia sin imponer roles? creo que es precisamente lo que Schröder intenta en su libro.  Explica por qué no está de acuerdo con las cuotas de género  y por qué la diferencia del 23% de los salarios entre hombres y mujeres en Alemania no es real (porque se refiere a mujeres entre los 35 y los 39 y la mayoría de las mujeres trabajan medio tiempo, es decir, la diferencia en el salario radica en que las mujeres están cuidando a sus hijos).

Yo pienso que su texto es bueno, aquí muy brevemente resumido -y sin datos muy específicos de Alemania-, pues coloca sobre la mesa temas que se deben discutir, sobre todo dos: la imposición de roles desde el feminismo y el cambio en el rol del padre. Veo ambas luchas como una inversión de las luchas de la segunda ola feminista: por un lado, otra vez las mujeres luchan por la libertad, sólo que ahora de inventarse como madres en contra del rol que las disminuye y por el otro, los hombres -que a la inversa de las mujeres que se integraron al mercado laboral-, intentan integrarse a los roles que tradicionalmente correspondían a la mujer.

El libro tiene pasajes y argumentos criticables, así como otros que no comparto. Pero sinceramente, el alboroto con la carta en Alemania me parece una exageración, pues desde un ministerio esencialmente conservador como lo es un Ministerio de Familia, se apela a la libertad y a no imponer roles ni modelos. ¿qué más quieren?

Yo no quiero ser Don Draper, pero ¿qué tal una mezcla entre Betty, Peggy y Joan?

La pregunta es, hombres, ¿ustedes cómo quién quieren ser?

Fuente: Animal Político / Geraldina González de la Vega

 

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