LA VIDA TRAS UN CÁNCER DE MAMA
Del shock inicial a la recuperación, tres mujeres cuentan cómo fue su pelea para ganarle a la enfermedad
Por Nicolas Maldonado
A sus 29 años, a Florencia Glattstein no le sobraba el tiempo para tener un cáncer de mama. Trabajaba diez horas por día como arquitecta para una firma constructora y estaba abocada por completo a su profesión. Por otra parte era demasiado joven para una enfermedad que suele atacar después de los 40 y carecía por entonces de todo antecedente familiar. De ahí que al sufrir un dolor intenso en uno de sus pechos, lo que menos pensó fue que podía tratarse de algo serio. Tan convencida estaba de ello que fue a practicarse una biopsia como quien va al dentista y tardó varios minutos en entender que lo que él medico le decía era que le habían encontrado un peligroso tumor.
Carolina Rico no puede decir en cambio que a ella la tomara completamente por sorpresa. Durante su adolescencia le habían extraído un nódulo benigno de una de sus mamas y desde entonces se realizaba regularmente controles ante la posibilidad de que algún otro pudiera aparecer. Así ocurrió en el año 2003, cuando tenía 37. Fue ella misma quien se lo palpó durante un autoexamen, una prueba que no está recomendada como primer método de detección porque suele llegar un poco tarde. Y es que incluso médicos entrenados no logran percibir al tacto bultos menores a un centímetro.
Pero más allá de cómo las encontró, el diagnóstico de cáncer puso tanto a Florencia como a Carolina frente a una realidad que enfrentan cada año más de 18 mil mujeres en nuestro país, de las cuales casi un tercio no logra sobrevivir. Y es que el más común de los cánceres, ya sean masculinos como femeninos, el de mama es también el de mayor mortalidad.
De ahí que “un miedo profundo” fue lo primero que Carolina, madre de tres hijos, recuerda que sintió. ”En ese momento mi hijo mayor tenía doce y la más chiquita apenas cinco años. Pensé en ellos; pensé en quién los iba a cuidar y sentí terror”, confiesa. También Florencia recuerda aquella primera reacción de pánico, “de que te vas a morir al otro día”, sólo que en su caso lo que más pesó fue el miedo de que el tratamiento la privara de su mayor sueño: llegar a ser alguna vez mamá.
Aún así -asegura-, en aquel primer instante se impuso su costado más frío y cerebral. “¿Qué posibilidades tengo realmente de sobrevivir?”, le preguntó a su médico. “El panorama no era bueno porque el cáncer estaba bastante avanzado pero él no me lo quiso decir -cuenta-. En su lugar me dijo que necesitaba que yo me concentrara en el tratamiento en un 100%. Y con esa actitud lo empecé transitar”.
UN CAMINO LARGO Y DISPAR
Quienes han logrado recuperarse de un cáncer de mama suelen describir la experiencia como un camino largo y dispar: por momentos lleno de angustia y zozobra; pero también revelador sobre la propia capacidad de sobreponerse a situaciones antes impensables.
“Sin duda el primer obstáculo en el camino es decidir a quién te vas a confiar: uno no tiene un oncólogo a mano como tiene un dentista o un médico clínico”, explica Carolina Rico, a quien el hecho de que su médica fuera a su vez la mamá de una compañera de su hija le produjo una gran tranquilidad.
La misma decisión no le resultó menos difícil a la doctora Claudia de Angelis pese a su vasta experiencia profesional. Jefa del Servicio de Radioterapia del Hospital San Martín, cuando le diagnosticaron un cáncer de mama en el año 2010, se vio ante el conflicto de elegir cuál de sus colegas la iba a atender, una decisión que por su experiencia y su propia cercanía con ellos le generó “bastante incomodidad”.
Lo cierto es que una vez elegido el médico, tanto ella, como Florencia y Carolina aseguran haberse entregado por completo al criterio profesional. Y es que entre la cirugía, la quimioterapia y los rayos que se aplican habitualmente para neutralizar el cáncer de mama, lo que sigue es un proceso que produce “grandes cambios tanto a nivel físico como emocional”.
“Mi idea al principio era seguir trabajando, pero el cuerpo no me dio”, cuenta Florencia. “La semana que me hacía la quimio quedaba aplastada y no podía ni siquiera levantarme de la cama para ocuparme de mis hijos”, recuerda por su parte Carolina. “Me encontré de pronto confinada días enteros en casa sin salir”, confiesa la doctora De Angelis, una mujer de gran vitalidad.
Pero el impacto del tratamiento no es sólo físico. Como sintetiza Florencia Glattstein, quien tuvo que enfrentar una importante cirugía, “las mamás y el pelo largo son un símbolo de femineidad. Toma tiempo volver a reconciliarte física y psicológicamente con tu nueva imagen; volver a quererte”, dice.
la vuelta
“No todas las mujeres están psicológicamente en condiciones de afrontar solas un diagnóstico así”, dice la doctora Claudia De Angelis desde su experiencia como médica, pero también como paciente. “Es fundamental contar con contención psicológica y sin embargo esta recomendación no siempre surge de la consulta al profesional; los pacientes tienen que buscarla muchas veces por su cuenta”, señala.
Que contar con apoyo psicológico le resultó de gran ayuda es algo que Florencia Glattstein señala varias veces al relatar su experiencia. “Nunca había ido a terapia hasta que me enfermé, pero después fue una pata fundamental”, dice al señalar que “para recuperarte no podés darte el lujo de estar mal”.
También Carolina destaca todo el peso que tuvo el factor emocional en su proceso de recuperación. “La pelea contra la enfermedad es una pelea que pasa mucho por la cabeza. Según mi psiquiatra, yo siempre estuve bastante bien plantada: tenía en la cabeza que yo iba a salir adelante y estaba dispuesta a hacer lo que me dijeran que era necesario para sobrevivir”, asegura.
Pero si contar con apoyo psicológico es de gran importancia durante el tratamiento del cáncer de mama, no parece serlo menos cuando se termina con él. “Después de meses de estar rodeadas por muchos médicos, al terminar el tratamiento las pacientes se sienten abandonadas y esa situación también es difícil de manejar”, sostiene la doctora Claudia De Angelis, quien, además de ser radioterapista, preside la Sociedad de Cancerología de La Plata.
Lo cierto es que precisamente en ese punto comienza lo que muchas mujeres que se han sobrepuesto al cáncer de mama coinciden en señalar como uno de los desafíos más duros: el de volver a hacer la vida que llevaban antes.
“No es que terminás la quimio y sos la misma que eras: tu cuerpo y tu cabeza necesitan acomodarse a una nueva realidad; las mejoras son muy paulatinas. En mi caso pasaron nueve meses desde que terminé la quimioterapia hasta que pude volver a trabajar”, relata Florencia.
Pero “la vuelta”, al menos en el caso de Florencia, no estuvo marcada por el retorno a la cotidianidad que el cáncer le había arrebatado, sino por un acontecimiento tan imprevisto como lo había sido en su momento la enfermedad. “Después de seis meses de quimioterapia y dos años enteros de supresión hormonal, me habían dicho que no iba poder tener chicos. Pero las cosas a veces pasan porque tienen que pasar. Estaba por empezar un tratamiento de fertilidad cuando quedé embarazada y en el término de catorce meses nacieron mis dos hijas. Ellas me devolvieron a la vida. Para mí son las banderas de triunfo”, dice.
“Hay un antes y un después de esta enfermedad en la vida de cada una de nosotras”, dice Carolina con la sabiduría de quien ha sufrido. Acaso por la misma razón, ni ella ni otras mujeres que tuvieron cáncer de mama han podido después ser indiferentes a él. No por otra razón aceptaron exponerse y contar su dolor en el diario. Piensan que vale la pena si a alguien le puede servir para evitar lo que ellas sufrieron.
Publicado en El Día