El fin de la dictadura de los genes (o cómo sortear el destino genético)

Póster promocional del film GATTACA, de Mike Nichols. Columbia Pictures.

En la película GATTACA, los genes humanos han aterrizado en una sociedad de un futuro cercano imponiendo su dictadura. La historia dirigida por Mike Nichols habla de un muchacho, encarnado por Ethan Hawke, que es concebido “de la forma tradicional”, en la parte trasera de un coche, y no a la carta, donde los ingenieros de ese futuro son capaces de crear embriones perfectos sin ningún defecto genético.

Hawke quiere trabajar en un centro de preparación de astronautas (GATTACA, escrito con las iniciales de la molécula del ADN). Pero, desgraciadamente, la naturaleza y el azar han jugado en su contra.

La mejor escena de la película es la que abre la historia. Una enfermera coge un bebé del vientre de su madre y pincha su talón para obtener una gota de sangre y procesar un análisis genético instantáneo. “Diez dedos en las manos y diez dedos en los pies, era lo único que importaba antes. Ahora no. A los pocos segundos de vida, ya se podía saber el tiempo exacto y la causa de mi muerte”, narra un Hawke, recordando su propio nacimiento.

El resultado del test no puede ser más desalentador. Hawke tendrá un 60 por ciento de probabilidad de sufrir trastornos neurológicos, un 40 por ciento en adquirir depresión, y un 99 por ciento de morir de un ataque al corazón. Su vida media se fija en 30,2 años.

El sueño de Hawke de ser astronauta y viajar al espacio se desvanece en menos de un minuto. Su perfil genético defectuoso hará imposible su admisión en el centro.

Y a pesar de ello, Hawke lucha contra su destino, el que han marcado sus genes. Recurrirá incluso a falsificar su carné biológico, con ayuda del material que le presta Jude Law, un joven con una firma genética perfecta que ha quedado inválido por culpa de un accidente.

Una escena del film entre Jude Law, en silla de ruedas, y Ethan Kawke. Columbia Pictures.
Una escena del film entre Jude Law, en silla de ruedas, y Ethan Kawke. Columbia Pictures.

El mundo distópico presentado por Nichols dibuja una sociedad que ha desarrollado una tecnología instantánea para obtener perfiles genéticos de cualquier persona y en cualquier lugar. Uno accede a determinadas instituciones y estructuras si pasa el test de ADN.

Los genes determinan el futuro exacto de la gente, y en cierta manera, ese pensamiento determinista se encuentra muy presente en las publicaciones científicas y en la prensa.

Hablamos hace poco que la felicidad tenía un fuerte componente genético, de acuerdo con los estudios llevados a cabo en gemelos idénticos por la investigadora Nancy Segal.

Pero existe otra cara de esa realidad, y en este blog nos encanta hurgar entre las contradicciones de los científicos. Es muy posible que la dictadura de los genes sea muchísimo menor de lo que imaginamos; hasta el punto de que no estaríamos en absoluto predeterminados.

Incluso el propio ambiente sería capaz de modular la expresión de esos genes en vida, un pensamiento que es casi una herejía en el mundo actual.

Lo curioso es que estas ideas proceden de las investigaciones en gemelos idénticos llevadas a cabo por el científico británico Tim Spector, que ha publicado un libro intrigante, Post Darwin (Planeta), en el que amenaza con derrumbar esa dictadura genética que muchos ya dan por hecho.

 

El punto de vista de Spector no es fijarse en las similitudes entre gemelos, que las hay, sino en las diferencias, que también las hay, dando un poco la vuelta a la tortilla. ¿Cómo explicarlas?

Spector comienza su historia con un caso famosísimo, el de unas gemelas siamesas, Ladan y Laleh, nacidas en Irán, que vivieron unidas por la cabeza. Eran genéticamente idénticas. Sus cerebros compartían los mismos vasos sanguíneos, pero sus personalidades eran muy diferentes.

“A Ladan le gustaban los animales, pero Laleh era aficionada a los juegos de ordenador”. Una era diestra, la otra zurda.

Ladan quería convertirse en abogada, y Laleh, en periodista. Ladan era mucho más extrovertida que su hermana. Y a medida que crecían juntas, manifestaban su deseo de someterse a una cirugía que las separase.

Las siamesas fallecieron en la operación. Pero para Spector, supusieron el punto de partida a la idea que le venía rondando la mente. Los genes tienen una influencia más limitada de lo que pensamos.

Es cierto que hay enfermedades monogenéticas incurables que resultan de la mutación de un único gen. Pero la idea de que los genes escriben en nosotros características que son inmutables se va derrumbando. El propio Spector ha encontrado gemelos idénticos que tienen un color de ojos distinto, “un fenómeno que se afirmaba imposible”.

Tenemos unos 25.000 genes, el mismo número aproximado de los que posee un gusano. Evidentemente hay muchas diferencias, pero el mensaje de Spector es contundente y polémico: “los genes comunes hasta la fecha acostumbran a representan menos del cinco por ciento de la influencia genética”.

Ethan Hawke sigue en su empeño de ser astronauta presentándose junto con otros candidatos en el centro espacial. Columbia Pictures.
Ethan Hawke sigue en su empeño de ser astronauta presentándose junto con otros candidatos en el centro espacial. Columbia Pictures.

¿Qué ocurre con el 95 por ciento restante?  Este punto de vista contradice el chiclé de que la mitad de la influencia es genética y la otra, ambiental, para contentar a los genéticos y los ambientalistas (también a partes iguales). En realidad, el asunto es mucho más misterioso y desconocido de lo que pensamos.

Este científico cita varios ejemplos. Como el de los gemelos idénticos Daniel y Simon, separados por el divorcio de sus padres cuando eran adolescentes.

Al primero le atropelló un coche y estuvo cinco años hospitalizado, quedándole secuelas de por vida al caminar. A Simón la vida le sonrió, ya que ascendió como detective de policía, con un buen sueldo, una casa espaciosa, club de golf y un buen coche.

Daniel pasó muchos años en África y Asia como voluntario y se casó con una mujer en Tanzania. Los dos hermanos admiten que son muy distintos, que sus vidas poco tienen que ver, a pesar de que su ADN es el mismo. Y ninguno se cambiaría por el otro.

Otra pareja de gemelos, Peter y Nigel, iban a celebrar su cumpleaños en familia. Pero el acontecimiento se vio cortado por una tragedia. Dos días antes, Peter se suicidó, por sus problemas depresivos con el matrimonio y el alcohol. A Nigel no le ha ocurrido lo mismo. Es alguien prudentemente confiado en el futuro. ¿Por qué uno y no el otro?

La genética no encuentra una explicación. Incluso con el llamado “gen de la felicidad”, del que ya hemos hablado, bautizado como 5-HTT. Hay una variante que influye en eso que llamamos felicidad, pero el asunto, advierte Spector, dista de estar claro.

Las investigaciones sugieren que las tensiones de la vida y las circunstancias ambientales podrían estar influyendo sobre los propios genes, activándolos o desactivándolos. Podría ocurrir en nosotros. Me parece una idea revolucionaria y arriesgada de proponer en estos días donde cada vez es más barato hacerse un test genético comercial.

Y también es una romántica idea que recuerda a Lamarck y su fallida teoría sobre la herencia de caracteres adquiridos. ¿Recuerdan la historia de la jirafa que estiraba su cuello para alcanzar las hojas de las ramas más altas, por lo que transmitirían el tener un cuello más largo a su prole? Cualquier profesor de biología se llevaría hoy las manos a la cabeza.

Un momento. Quizá no es algo tan descabellado. Existe una rama de la genética, la epigénética, que estudia cómo los genes se activan y desactivan, y cuáles son los factores del exterior que lo propician. La epigénética se ha demostrado en las plantas y en animales como la pulga acuática. Los cambios se transmiten durante pocas generaciones, pero son heredables.

Jude Law prepara sangre y muestras de su cuerpo para ayudar a Ethan Hawke a pasar las pruebas genéticas. Columbia Pictures.
Jude Law prepara sangre y muestras de su cuerpo para ayudar a Ethan Hawke a pasar las pruebas genéticas. Columbia Pictures.

Y Spector sospecha que también puede funcionar en las personas. Cada uno de nosotros ha heredado paquetes de genes que regulan el optimismo o el pesimismo, pero su influencia, incluso, puede ser “cambiada y reseteada”.

El libro de Spector propone una lectura fascinante que se sale de los estrechos márgenes de la genética. Sería un manual prohibido en la sociedad en la que Ethan Hawke lucha contra una discriminación genética que, aparte de inmoral, no está fundamentada por el conocimiento.

Un par de ejemplos como colofón:

–Si quieres ser más feliz, huya de los gruñones. James Fowler observó a 5.000 residentes en Nueva Inglaterra durante más de veinte años. Descubrió que la gente más feliz tendía a congregarse, al igual que los huraños. El estudio sugería que la felicidad se propagaba como un virus. Es contagiosa. Un tipo triste que pasa a ser feliz a unos 1.500 metros de distancia incrementa nuestra felicidad en una cuarta parte. Y el efecto es mucho mayor si uno se encuentra rodeado de rostros sonrientes.

–El humor y la respuesta emocional puede regularse mediante la meditación. Los monjes budistas expertos alteran la actividad gamma de su cerebro, según los escáneres cerebrales, y se ha comprobado que son capaces de alterar la estructura de su hipocampo, una parte del cerebro que también está implicada en la depresión. ¿No resulta algo fascinante? Da que pensar.

Luis M. Ariza

Fuente: El País

 

 

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