Días Húmedos

“Estoy ovulando” es una declaración femenina de doble entrada: hay-que-cuidarse (de un embarazo no deseado) y tengo-muchas-ganas (además de una tácita –aunque poco elegante, así expresada– lubricación natural).

Hoy despojada de falsos pudores, la sentencia primera parece seguir asustando a algunos hombres. Suele ser, desde nuestro punto de vista, la fase más pulseada del ciclo menstrual, porque las mujeres nos volvemos voraces justamente en un momento en que la fértil mención puede quizá causar miedo escénico al compañero.

Es cierto que la silenciosa ovulación de la hembra humana deja lugar a muchísimas dudas sobre el momento exacto en que se desata, el culminante y la declinación, pero con la experiencia vamos aprendiendo a escucharnos y, sobre todo, a sentirnos. Así, si un día vas tranquilamente por la calle y te das cuenta de que te lo montarías con el setenta o el setenta y cinco por ciento de los que se te cruzan, y entonces haces cálculos y las fechas te dan, resulta que muy probablemente estés transitando uno de esos días de fertilidad segura.

A propósito, unas semanas atrás, leí acerca de un experimento de la Universidad canadiense de Lethbridge, publicado en la revista Archives of Sexual Behavior, que viene a confirmar esta concupiscencia programada (de fábrica)las mujeres tendrían más fantasías sexuales en las horas más fértiles del ciclo.

Las conclusiones del estudio Sexual Fantasies and Viewing Times Across the Menstrual Cycle: A Diary Study, que se desarrolló durante un mes con solteras heterosexuales, precisan que durante los tres días en torno a la ovulación las chicas confesaban una media de casi una fantasía y media por día, mientras que, durante el resto del mes, sus pensamientos subidos de tono rondaban el 0.77 de promedio diario.

Además de la cantidad, las voluntarias hablaron de calidad; esto es, mayor intensidad (pensamientos más excitantes y relacionados con emociones amorosas).

Por cierto, las ensoñaciones voluptuosas (los ratones argentinos, como comentábamos en una de las primeras entradas de este blog) son húmedas. Y, al parecer, esta característica de la fantasía sexual es lo que, en nuestra cultura occidental, ha apartado todo lo mojado del imaginario de la decencia femenina. Sin ir demasiado lejos, cualquier líquido sobre la piel y el brillo del sudor confirieron a la mujer un halo pecaminoso durante buena parte del siglo XX.

Quiero contar, al respecto, que hace unos días tuve la posibilidad de admirarme con la extensión, calidad y profundidad de una exposición conceptual sobre el “Animismo” en la Haus der Kulturen der Welt de Berlin, en la que conviven trabajos icónicos de Pier Paolo Pasolini o Chris Marker con otros de creadores más jóvenes. Precisamente allí, un artista alemán llamado Tom Holert (Hamburgo, 1962), al que no habría que perderle pisada, planteaba una disquisición audiovisual sobre las contradicciones del brillo.

The labours of shine (“Los trabajos del brillo”) parte del hallazgo de un viejo cajón de lustrabotas, en el que el artista quiere ver aquella escultura polémica (en bronce pulido) de Constantin Brancusi, llamada Princess X, que tanto revuelo causó en los años veinte en el Salón Independiente de París, solo después de que Mattisse espetara: “He aquí un falo”. Baste decir que la obra fue retirada de la exposición, aun cuando Brancusi explicó que allí estaba representado el torso de una mujer; dicen, para ser más exactos, que se trata de la figura de la princesa Bonaparte, su amante por entonces.

Pero volviendo a la pieza audiovisual de Holert, allí se establece un “diálogo especulativo” con esos objetos que en cada destello proyectan ideas sobre el fenómeno físico, estético, político y psicológico del brillo, que no resplandor (porque Holert diferencia claramente el inapelable glow del controvertido  shine). Así, por ejemplo, habla de las relaciones de poder (el lustrabotas a los pies del «amo»), de los brillos según el color de la piel y de la «inapropiada» humedad en el rostro de una mujer, que dio lugar al nacimiento de los cosméticos como recursos para apaciguar el brillo y su evocación líquida.

Como para seguir en tema, en el vuelo de retorno de Berlin me sumergí afiebradamente en las 24 horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig para imaginar esas huidas culpógenas pero irrefrenables de las esposas burguesas, a principios del siglo XX, presas del amor y empapadas por el sudor de los jóvenes díscolos, en la Riviera Francesa o en Montecarlo, salvadas y salvadoras, pero condenadas por la moral del aburrimiento.

Hablamos de mujeres que se mojaron, qué duda cabe, pero de ellas habrá letra en el próximo post… Y también de la humedad masculina y sus connotaciones: ¿Quién no recuerda, por ejemplo, a Elizabeth Taylor, derritiéndose pero firme y fiel esposa del insoportable Bick/Rock Hudson, frente a aquel Jett/James Dean embadurnado de petróleo y tratando de quebrantar su voluntad, en Giant (1956) de George Stevens?

Continuará…

Anne Cé / Blog Eros / El País

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